miércoles, 3 de febrero de 2010

El sexto sentido de los animales

Numerosos animales presentan una extraordinaria
inquietud, incluso días antes de un terremoto

No hace un mes del gran terremoto de Haití, co cerca de 200.000 muertos y tantos desaparecidos y heridos y, me viene a la memoria, un artículo sobre un tema similar de tipo biológico. En estos terremotos, los pequeños temblores que preceden a la gran sacudida son detectadas por los animales y no por el hombre.
La tierra, el suelo, considerado por el hombre como un soporte firme y seguro de su actividad, es sacudido por grandes vibraciones ante las cuales se muestra como un frágil material. Los terremotos o seísmos son, probablemente, las catástrofes ante las cuales el hombre se siente más indefenso y aterrado. Desde hace unos días, los medios de comunicación social nos muestran terroríficas imágenes del devastador terremoto que ha arrasado Haití. Al igual que ocurre en todos los terremotos precedentes a éste y, donde el número de víctimas es muy elevado, es necesario examinar qué pasa antes del gran terremoto.
Los grandes terremotos raramente son fenómenos aislados: con gran frecuencia van precedidos de pequeñas sacudidas poco importantes e incluso no perceptibles por el hombre y que son denominadas premonitorias. Tras el terremoto y durante meses pueden haber otras sacudidas de muy baja intensidad denominadas réplicas. Vamos a fijarnos en las primeras, las premonitorias. Estas pequeñísimas sacudidas son detectadas por los animales que se encuentran en el entorno de lo que será el epicentro (punto de la superficie terrestre donde se manifiesta la mayor destrucción y que, generalmente, se halla en la vertical del hipocentro o punto interior de la corteza donde se origina el foco del terremoto). La manifestación más clara la presentan dos grupos de animales: los domésticos y aquellos que viven bajo la superficie, los roedores.
Los animales domésticos presentan una extraordinaria inquietud, inluso días antes de la catástrofe, los rebaños se dispersan de forma inesperada (igual que hacen ante la presencia de un predador); los perros, con sangre de chacal o de lobo en sus venas, realizan comportamientos atípicos, manifestándose éstos en aullidos nocturnos de excitación, incluso sus propios dueños (como manifestaron posteriormente tras los terremotos de Sicilia en 1968, de Managua en 1972 con 20.000 muertos, o más recientes de México o de San Francisco) llegaron a ser atacados en muchas ocasiones por no poder salir los animales de casa y, si lo hacían, escapaban a gran velocidad. Gran cantidad de caballos presentan tal inquietud que es imposible montarlos e intentan por todos los medios zafarse de los arreos agitándose continuamente, y entre las aves, aquellas que se encuentran en los corrales, se pelean vigorosamente antes de producirse la sacudida sísmica, dejando de poner huevos con anterioridad o poniendo un número significativamente menor. Las aves que viven en las cercanías de las ciudades que serán afectadas suelen huir en grandes bandadas, quedando los árboles, generalmente, unas horas antes del siniestro en total silencio.
Por otro lado, los roedores que viven bajo la superficie de la tierra, en las alcantarillas o subterráneos de las ciudades, salen de los mismos precipitadamente, dejándose ver a la luz del día en cantidades extraordinariamente elevadas. Esta evasión en gran número de roedores es signo inequívoco de que algo ocurre en el interior de la tierra (sea una actividad sísmica o volcánica). Las ratas huyen despavoridas ante las incesantes sacudidas que perciben y que nosotros, los humanos, no somos capaces de entender, igual que no somos capaces de oír el tren de impulsos emitidos por un murciélago y que percibe una polilla nocturna como si pasara sobre nosotros un avión a 20 metros de nuestras cabezas.
Se ha detectado también que los animales que viven de la carroña y del material orgánico en putrefacción, no presentan el comportamiento de huida, sino todo lo contrario; tras un devastador terremoto, estas rapaces esperan pacientemente sobre las ruinas de las aldeas destruidas para alimentarse de la desgracia humana, pues es imposible que en pocos días puedan enterrarse decenas de miles de cadáveres. Tras el último terremoto en Haití del 2010 se han quemado en grandes piras los cadáveres o se han enterrado en fosas comunes, para impedir la propagación de enfermedades y para que los cuerpos no sean devorados por las alimañas.
Por último, mucho antes de que se inventaran los sismógrafos, los indios peruanos, colombianos y mejicanos tenían conocimiento previo de la aparición de un gran terremoto por el comportamiento de muchos animales, e incluso ellos mismos ponían el oído en tierra al observar estos comportamientos alterados, marchándose apresuradamente del lugar. En el libro de tradiciones peruanas de Ricardo Palma, comenta el autor cómo los indios conocían la llegada del terremoto por el comportamiento del coyote, que olfateaba en todas direcciones rascando la tierra (conducta poco usual) y por la extrañísima conducta de los animales que viven en madrigueras, que sacaban a gran velocidad, con el peligro que ello supone, a todas las crías para escapar por las praderas. Los indios, conocedores de la naturaleza como el que más, eran los primeros en alejarse de aquellas latitudes.